Con la reciente jubilación de mi madre, persona sorda, aproveché una tarde para poner al día su documentación laboral y administrativa. Una trayectoria, que como muchas otras personas sordas, curiosa y llena de datos que no dejan de sorprenderme.
Como su primer certificado de reconocimiento como persona sorda, emitido en 1.977 por el SEREM, hoy denominado IMSERSO, en el que se reconocía que quien es mi madre, tenía una calificación administrativa de “Subnormalidad”. No está mal, que quien en aquel momento tenía dos hijos, un piso propio y carnet de conducir, tuviera tal concepción para la Administración.
Ironías aparte, el uso de tal concepción, “Subnormalidad”, propia de otras épocas en las que la denominación de las personas con discapacidad era claramente peyorativa, fue utilizada casi diez años más, hasta que quedó derogado su uso en el lenguaje administrativo por un Decreto del año 1986 (RD 348/1986). La denominación que se utilizó a partir de ese momento fue la de “Minusvalía”.
La reivindicación del propio movimiento asociativo de personas con discapacidad desde entonces no ha cejado en el empeño de resaltar la importancia del uso de un lenguaje administrativo que no discrimine al colectivo.
Fruto de esta lucha constante, se consiguió que el uso de “Personas con Discapacidad” fuera de obligado cumplimiento en leyes y reglamentos normativos desde el 1 de enero de 2007 (Ley 36/96), y sustituyó al de “Minusválido y “Minusvalía”.
Son pequeños grandes pasos que entre todos hemos podido conseguir, con el liderazgo de las asociaciones del sector, y que tienen a mi modo de ver mucha mas importancia de la que en un principio pudiera parecer.
El uso del lenguaje y la sociedad siempre interactúan. La sociedad cambia, y la nuestra lo ha hecho y mucho estos últimos 35 años, y de la misma manera, el modo de expresarnos.
Los valores que tiene una sociedad están implícitos en el lenguaje, y de la misma forma el lenguaje es un reflejo que refuerza los valores de la sociedad en cada momento. De hecho, construimos la realidad según la nombramos.
Y esa actitud de respeto hacia los demás que hemos ido creando nos hace descubrir lo bueno que el ser humano, a veces, puede construir. Ojala se produjera en éste y en otros ámbitos de la vida.
Más de treinta años después desde su primer certificado, mi madre consiguió uno más actual, reconociéndola como “Persona con Discapacidad”, que también conserva. Ambos certificados, el de “Subnormalidad” y el de “Discapacidad”, duermen en la misma caja de cartón. Con más datos y anécdotas que jalonan las vidas de quien nunca lo tuvieron fácil para salir adelante, y sin embargo, y contra todo pronóstico, lo consiguieron.
Para no olvidar nunca de donde venimos como sociedad, dónde hemos conseguido llegar y dónde nunca debemos volver.
Publicado en «El Diario Montañés», el 26 de marzo de 2013