Hay un fenómeno que cada vez es mas frecuente en los centros de las ciudades: su ocupación residencial por parte de las clases altas, que se trasladan a vivir a dichas zonas y desplazan a los habitantes de menores ingresos económicos que las ocupan.
El punto fundamental se encuentra entre la diferencia de renta entre los nuevos habitantes de un barrio y sus habitantes anteriores. Y la causa para esto está en que los habitantes arraigados en una zona encuentran cada vez más, precios prohibitivos y deben salir del barrio en contra de su voluntad debido a los elevados precios de las viviendas.
Existe en los últimos años un traslado de habitantes de los barrios céntricos con motivo de los menores ingresos de sus habitantes, y con ello, la perdida de parte de su tejido social, y a cambio, la creación de zonas exclusivas según clases sociales. De esta manera, la ciudad deja de tener su función: ser la ciudad de todos, para convertirse en guetos divididos por niveles de renta.
Es un fenómeno que ya es conocido en otras partes de Europa, y del que existen experiencias de como afrontar el tema. En Amsterdam por poner el caso, los planes de vivienda hace tiempo que cuentan con un 70% de viviendas de protección, e incluso para su centro histórico, se habilitaban viviendas de protección pública con el objetivo de que su centro no se convirtiera en un espacio exclusivo para servicios y clases pudientes.
Se trata de un proceso complejo que puede revestir formas diversas, y que en la ciudad de Santander, por poner el caso, se ha dado en los últimos treinta años en gran parte de su centro, y que en la actualidad podemos encontrar en la hemeroteca casos urbanísticos en los entornos de El Cabildo de Arriba, Río de la Pila, Tetuán y otras zonas aledañas.
Muchos procesos relacionados con el aburguesamiento del barrio suelen partir de planes de renovación o regeneración urbana. La importancia de estos procesos es poder conseguir que el acceso a la vivienda en esas zonas tras la renovación o regeneración sea accesible para personas de toda clases de rentas, y especialmente para los que son actualmente sus habitantes.
El problema se plantea cuando, por ejemplo, nos encontramos ante un centro de una ciudad degradado y pedimos a gritos su renovación, y sin embargo cuando esto ocurre nos encontramos ante este proceso que nos lleva a arrepentirnos de nuestras reivindicaciones. ¿Qué es lo que pasa entonces?. Que no tenemos término medio.
Por ello, los pasos deben ir encaminados a conseguir solares donde construir viviendas de protección oficial y políticas activas de alojamiento desde los Ayuntamientos. Sin ello es muy difícil poder manejar la revalorización de los pisos de un barrio sometido a un proceso de regeneración.
Al contrario de lo que sucede en los nuevos desarrollos de suelo, la Administración no dispone de elementos de distribución y reparto de usos en el suelo urbano ni reserva de viviendas protegidas, puesto que los procesos son de rehabilitación y no de nueva construcción.
Sin embargo, sí que se dispone de algún mecanismo, como la expropiación, bien de inmuebles que no han cumplido su obligación de mantenimiento del edificio, o de la expropiación de solares que hayan incumplido su obligación de construir.
En ambos casos, una vez obtenido el suelo, las iniciativas pueden ser variadas: cooperativas, ayudas para la rehabilitación de viviendas siempre que las realicen los propios habitantes del barrio, y no unos inversores ajenos a éste… De esta forma, y sólo de esta forma, el tejido social del barrio se mantendrá.
Por ello, quizá el comienzo para poder hacer algo con un sentido global en el centro de las ciudades, es concienciar de este fenómeno a todos los ciudadanos y de lo negativo que puede ser para su ciudad: o mantenemos la diversidad del tejido social de los centros de las ciudades o se pierde en favor de que sean conjuntos residenciales construidos por zonas de diferente extracto social y en que unos vivamos de espaldas a otros.
Artículo publicado por «El Diario Montañés», el 11 de junio de 2.013