El desarrollo de un territorio no sólo lo conforman el crecimiento económico, una justa distribución de la riqueza o por poner el caso, la sostenibilidad ambiental, sino también el desarrollo cultural.
Incluso herramientas como la Agenda 21 incluyen la cultura como el cuarto pilar del desarrollo sostenible, por cuanto permite la generación de redes ciudadanas donde se reconocen sus valores y culturas, al tiempo que permiten políticas urbanísticas mas sostenibles.
En la actual sociedad se toma por las administraciones públicas como indicadores de éxito o fracaso de las políticas culturales, estadísticas como la venta de libros, de entradas de ópera o teatro o la asistencia a los museos.
Pero lo chocante de la estadística viene cuando analizamos que en todos los casos aparecen siempre los mismos consumidores de cultura, en las diferentes manifestaciones culturales, y concluimos que hay una mayoría social que no participa de estas políticas culturales. Cuando menos invita a la reflexión. El dato concluyente es el siguiente: más del 50% de la población no asiste ni participa de esa “oferta cultural” o “consumo cultural”.
Por tanto, cuando hablamos de Cultura debemos reconocer que todos los esfuerzos dirigidos a que la cultura sea participativa a una gran mayoría social de la población, no han acertado con la fórmula más efectiva para ello.
Se hacen en la actualidad desde todas las administraciones públicas, propuestas de grandes equipamientos culturales, o distritos culturales, como gran escaparate cultural, que han estado dirigidos a ordenar y dar salida a la creación artística para los que ya son consumidores de cultura con la esperanza de que esto servirá de polo de atracción para los que no participan.
Esta estrategia cultural supondría aumentar en algún pequeño porcentaje esa participación o asistencia cultural, pero que entiendo, tampoco está reñida con otro tipo de Cultura, más de base y proximidad.
Una Cultura que se desarrolla donde vive la gente, en los barrios, en los pueblos, y contando con la participación de la gente. Es esta cultura la que puede generar cohesión social al tiempo que genere dinámicas de participación ciudadana, que permitan la creación y difusión cultural en contacto con la ciudadanía, en variadas formas o fenómenos, como la cultura juvenil, la cultura urbana, el multiculturalismo…
En la actualidad, esa Cultura popular en muchas ocasiones tiene presupuestos mínimos en relación a la Cultura de los macro centros oficiales, aunque tampoco me quiero referir simplemente a que se hagan una programación de actos en los diferentes barrios y pueblos, pero más reducidos o a escala local.
No dejaría de ser el mismo “consumo cultural”, contratando desde la administración a macro empresas a través de concursos o convenios, y a mi modo de ver, se trataría de un “asistencialismo” cultural, que generaría una instrumentalización o clientelismo social y político entre los vecinos que buscaría hacer invisibles a los agentes culturales locales
Habría, por tanto, que dar un paso más, hacia espacios de auto-gestión, espacios experimentales, movimientos sociales, plataformas de creadores, que sirvan de catalizadores urbanos y que permitan andar por nuevos espacios de la cultura cercana a la gente.
Así, los creadores actuales podrían colaborar con los movimientos populares y nutrirse mutuamente. Hoy por hoy, esos agentes no son considerados espacios culturales para la administración pública, ni son considerados válidos para gestionar la cultura. Y es imprescindible defender una gestión ciudadana de los equipamientos culturales, que no existe apenas.
Y sólo desde esta doble vertiente: Por un lado, Cultura de calidad que permita dar a conocer el talento y la creatividad y por otro, Cultura más cercana y próxima orientada a los ciudadanos, podremos crear algo fértil y sostenible en el tiempo, en relación con la Cultura. Pero, claro, ésta última, da poco rédito a quienes esperan de la Cultura un mero rendimiento de marketing político.
Articulo publicado en «El Diario Montañés» de 20 de Julio de 2.013